Eres pensamiento e intriga constante, me cuesta horas de sueño poder ponerte en el papel, no hay posibilidad de sueño en la incertidumbre que cierne tu pensamiento, con la necesidad de saberte, de saberme y de sabernos.
No reconocerte cómo pronombre, sino cómo mujer, como tú y cómo yo. A sabiendas de que el tiempo se nos acaba y no alcanza lo que resta y lo que resta no avanza.
Para que tu realidad y la mía se junten cómo nuestra piel aquel día, para seguir compartiendo cafés, tés y copas vacías en los días que coincido contigo, cómo la lluvia con el asfalto, el asfalto con nuestros zapatos. Que tu compañía sea alegría, para que ría, ría y ría.
Tiempo es lo que no hay, contra la ganas tan desgraciadas de verte. Y digo desgraciadas, porque no me abandonan, me pisan los talones como la sombra del medio día.
Tan desgraciadas cómo para envidiar a los ciegos. Tal vez habría que obsequiarnos una brújula y un reloj, por si hubiera tiempo y espacio posibles para volver a encontrarnos. En la estación que sea, porqué aquí en un día las hemos visto pasar todas. Ahuyentemos las prisas y aumentemos las caricias.
En tanto no me resta más que buscar las horas de sueño que rehuyen a tu pensamiento; latente y recurrente, dónde no hay lugar para el esparcimiento, pues dejas olas de silencio.
Qué me quede el discurso de García-Lorca en la biblioteca, el azul de aquella canción de blues, las tardes en las galerías y las miradas infantiles e indiscretas que perseguían nuestros besos.
Gracias por llegar y cruzarte, por hacer espacios, por madurar, por la lluvia y la respiración, el café y los abrazos, los silencios dónde no se dice nada, pero hay todo por decir. Por encontrarnos y diluirnos en la multitud. Gracias por no ser una experiencia vacía más, por dejarme más de lo que te llevas y llevarte más de lo que dejas.
Aunque me afane en negar, gracias.
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