Qué ganas de despreciar a cualquier mujer que se me acerque y demuestre interés, supongo que cualquier atisbo de atención me sugiere una perdida de tiempo.
Qué ganas de permanecer todas las tardes en silencio, sin lugar a donde ir, pero con lugares donde la permanencia es voluntaria e involuntaria según se quiera.
Qué ganas de no contestar mensajes y no existir en ese silencio que se prolonga hasta la madrugada, a la siguiente semana y a la siguiente también.
Qué ganas de no discutir nuestras carencias personales, ni de guardar postales porfirianas junto a mí cama.
Qué ganas de dedicarme a mis obsesiones en mí zona de confort que bien se sabe es el estrés.
Qué ganas tan inexistentes de verte, de compartir algo tan intimo como un tabaco o nuestro libro favorito, el mismo con el que la protagonista y tú comparten nombre.
Qué ganas de quitarme las ganas, mientras te escribo en el asiento trasero del auto mientras el sol quema mis rodillas, qué ganas.
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